El primero en dar cuenta de
ellos fue Gómez-Moreno en su Catálogo
Monumental de Zamora que identifica
equivocadamente el Santuario de Nuestra Señora del Valle, donde a la
sazón se encontraban, como panteón de
los primeros condes de Benavente. al que
mas tarde se le arrimó un convento de
Terciarios Franciscanos, a pesar de que
considera los sarcófagos relegados,
quizás por los frailes, a la pared meridional de la nave.
A partir de este erróneo supuesto del ilustre granadino que no cita la
existencia de San Francisco, se ha extendido el equívoco que permanece
hasta las publicaciones mas recientes. (M. Sánchez 1992)
pero, aunque no haya documentación que lo confirme, parece razonable
suponer que, enclaustrados los frailes y dispersos por conventos
próximos, tratasen de llevarse consigo las
cenizas y los huesos venerables
(esto
es, los sepulcros o, al menos, lo que pudieran de ellos) cuya custodia
había dado sentido a la casa durante siglos. La institución franciscana
mas próxima a Benavente es justamente el Santuario de Nuestra Señora en
San Román del Valle donde existían ya desde antiguo sepulcros de otros
linajes (alguno de los cuales se preserva también en Astorga) y acaso de
la familia Pimentel, aunque no de los titulares de la casa. Los
conservados en el
Museo
de los Caminos resultan, en todo caso, por su entidad artística, mas
propios que estos últimos.
Son tres tradicionalmente las
tumbas que se adscriben a los Benavente tal como dejó sentado
Gómez-Moreno: dos de ellos en bajo,
dentro de arcos lisos con armas de Pimentel en sus claves, y el otro en
alto, conservando restos de adornado arco.
Todos
tres coetáneos, un punto toscos, debido quizás a la calidad basta de la
arenisca en que están realizados, pintados y dorados en origen, a
adscritos al anónimo Maestro de los Anaya al que nuestro autor atribuye
también una Anunciación de alabastro en el altar de la iglesia.
Los arcos y armas de los primeros han desaparecido en su instalación
actual, no así la crestería del tercero en cuyo interior, sin embargo
campea un escudo liso que no cita Gómez-Moreno.
Los dos primeros forman
pendant:
sepulcro masculino con Cristo y seis apóstoles en el frente de la urna y
femenino, con la Virgen y seis santas y el resto de una inscripción (AQUÍ
IAZE LA EXma. Sn...) en el reborde superior de aquella. Este es,
el mismo formulario iconográfico que el anónimo Maestro de los Anaya
utilizó para la tumba del fundador de la capilla funerario salmantina,
ahora distribuido en dos sepulcros y reducido el séquito a seis y no doce
personajes.
Ambos presentan idéntica estructura compositiva: tapa de cinco paños, y
urna decorada en tres lados, fracturada en los extremos y que apoya en dos
leoncillos que faltan en el segundo.
El paño central de cada tapa la llena una cruz procesional, el
resto difiere. En el de Cristo, los trapecios laterales menores se
ornan con las armas de Pimentel, mientras los mayores se aderezan, en la
cara vista, con la Resurrección y cuatro ángeles turiferarios con
filacterias a cada lado y en la posterior con el Pantocrátor flanqueado
asimismo por ángeles.
En el frente de la urna se enfilan bajo arquería (al modo que organiza
las figuras el Maestro de Anaya en Toro y Salamanca) Cristo resucitado con
la cruz que marca su victoria sobre la muerte y seis apóstoles.
A la izquierda Pedro, Andrés y Santiago; a la diestra Pablo, Juan y, por
el hábito, quizás San Francisco, identificado como un discípulo mas de
Jesús por el libro que porta, como el resto de los apóstoles. En los
lados menores, escudos idénticos a los de arriba, aunque falta el de la
derecha.
En el sepulcro de la Virgen,
los trapecios menores de la tapa y el posterior se engalanan con los
mismos blasones de los Benavente, con la particularidad de estar inscritos
en medallones mixtilíneos, típicos del Maestro de Anaya. En el anterior
se figura la Adoración del Niño, a guisa de extraña Epifanía. En el
centro, el recién nacido, fajado y sobre un pesebre en forma de altar,
detrás el buey y la mula asoman la cabeza, todo flanqueado por maría de
rodillas y José dormido apoyado en su bastón, sendos ángeles
coroferarios con filacterias a cada lado. Dos cortejos luego: a la derecha
una pareja, él con ropón y tocado con turbante, según moda
aristocrática de la época, ella con toca (¿los condes de Benavente?);
en el extremo, otro ángel con filacteria; a la izquierda tres mujeres con
las manos juntas, la del centro con el cabello suelto (¿las tres
Marías?), en la esquina, un ángel entre nubes con los brazos
cruzados.
En el frontal del arca, Virgen orante coronada entre dos ángeles
portacirios, flanqueada por cuatro santas
igualmente coronadas; todas, como el anterior, bajo arquería colgante. En
el lado izquierdo, Santa Bárbara con la torre y Santa Catalina con rueda
dentada y espada del martirio; en el diestro, acaso Santa Clara con libro
y báculo y Santa Águeda con los dos pechos sobre una bandeja y la
palma del martirio.
El tercer sepulcro
o de la Epifanía,
bajo arcosolio, se guarnece por crestería trepada sobre impostas con
sendas cabecitas, masculina y femenina, entre cardinas. En el interior,
escudo quizás borrado
o, mejor, falto de emblemas. Tapa de cuatro paños donde se representa la
Resurrección de Cristo asistido por cuatro
ángeles, dos levantando la losa del sarcófago y los mas lejanos, uno con
filaceria y otro con las manos en oración.
En la cara principal de la urna, sobre leones, la Epifanía, con
personajes bajo arquería como en el resto de enterramientos. La
Virgen con el niño en el centro, José dormido y dos santas orantes, a la
derecha; Los Reyes Magos a la izquierda, vistiendo
uno de ellos, a la moda de entonces,
ropón de pieles y tahalí, según
subraya Gómez-Moreno.
El programa iconográfico es en
todos los casos convencional y de gran sencillez escatológica. En las dos
primeras tumbas la cruz procesional funciona a modo de
axis
mundi que religa el espacio terrestre de la
muerte con la promesa cristiana del mundo celestial. Los temas,
particularmente la Resurrección, pero también la Epifanía, concitan las
mismas esperanzas, pues la Resurrección de Jesús es la garantía de la
de todos los difuntos cuyo nacimiento entre los hombres prefigura, la
salvación eterna. Y sobre ello abundan las imágenes de apóstoles y
mártires, testimonio de la fe y de la salvación alcanzada. La adición
del Poverello
se entendería por el contexto franciscano que albergaba el conjunto
tumular.
Solo disuena, en el sepulcro de la Virgen, el cortejo del paño frontal de
la tapa donde no sería aventurado imaginar una representación de los
difuntos en la pareja ricamente engalanada, acaso los mismos condes,
si efectivamente son ellos los que nuestros sarcófagos cobijan. Pero,
¿quiénes, qué titulares de la casa, qué Pimenteles?. Gómez-Moreno no
se pronunció. A. Franco en su tesis sobre la escultura gótica leonesa,
solo de pasada se refiere a nuestras tumbas. M. Sánchez, en cambio, no
duda, recientemente identificarlos, a partir de la cronología que suele
asignarse al Maestro de los Anaya (primer tercio del siglo XV), con las
tumbas del primer conde Juan Alfonso de Pimentel, fallecido en 1420, y su
esposa Juana de Meneses. Parte, sin embargo, de una falsa premisa,
San Román del Valle no fue nunca panteón de los Benavente, aunque
desconozcamos donde se enterró el primer titular.
(mas... ¡muy pronto!)
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Sepulcro
de piedra, llamado de los Pimenteles, con tapas de cinco paños, apoyados
con dos leones. En los dos laterales, de los cinco de la tapa, van los
escudos de la casa condal. En la superior, cruz procesional. La tapa
posterior lleva relieve de la Ascensión, mientras que la frontal acoge la
resurrección de Cristo, flanqueado por ángeles en grupos de cuatro. En
el frontal se representan, bajo arquerías colgantes de medio punto, las
figuras del Salvador, San Pedro, San Pablo, San Andrés, Santiago el
Mayor, Santiago el Menor y un mártir. Por lo que respecta a Santiago,
viste de peregrino, con túnica larga, sombrero con venera, bordón y
morral.
Procedente de San Román del Valle, fue llevado a Astorga, donde se guarda
actualmente en el Museo de los Caminos.
Posiblemente, en 1821, con la exclaustración y dispersión de los
frailes, si no en 1835 con la definitiva desamortización, los sepulcros
de los Pimenteles o, al menos algunos de ellos y sus familiares debieron
ser trasladados al cercano priorato de San Román del Valle, dependiente
hasta entonces de la guardería de San Francisco, donde a principios de
siglo los vio Gómez-Moreno y que en los años sesenta fueron vendidos al
Museo de los Caminos de Astorga, en el que permanecen. |